En
1960, cuando se autorizó el uso de la píldora anticonceptiva, las
mujeres vivimos un avance importante en nuestra liberación sexual.
Por primera vez asumíamos el control de nuestra fertilidad. Se
recibía un mensaje de derecho al goce y al placer separado de la
labor reproductiva que hasta ahora había sido hegemónica en su
exclusividad.
Con la segunda ola feminista, se avanzó muchísimo en cuanto a la reivindicación y protección de las libertades
sexuales pero ellos, como siempre,volvieron a llevarse esa liberación
a su terreno, para disfrute y consolidación de privilegios.
Cuando ya pudimos mostrar algo más de nuestros cuerpos fuera del lecho marital, o salir en bikini en anuncios publicitarios, ellos lo volvieron a usar para comercializar con nuestra imagen, para rebajarnos a la categoría de objetos y para decidir cómo era una mujer deseada, cómo debía vestir y la talla que debía usar para que su erotismo fuera aceptado.
Cuando ya pudimos mostrar algo más de nuestros cuerpos fuera del lecho marital, o salir en bikini en anuncios publicitarios, ellos lo volvieron a usar para comercializar con nuestra imagen, para rebajarnos a la categoría de objetos y para decidir cómo era una mujer deseada, cómo debía vestir y la talla que debía usar para que su erotismo fuera aceptado.
Cuando
pudimos decidir si quedarnos embarazadas o pasar un buen rato, ellos
establecieron un límite al goce y al placer, que disfrazaron de
caballerosidad: nuestro consentimiento a sus iniciativas. Seguíamos
teniendo el rol de sujetos pasivos en una relación sexual, ellos
tienen ganas y nosotras aceptamos, complacemos.
Por
eso, la revolución feminista tiene que avanzar también en
la revolución del deseo, entendida como el paso del sexo consentido
al consensuado, al deseado. Acogiendo un espacio vital en el que las mujeres podamos expresar libremente nuestros deseos y nuestra sexualidad.
Si bien la falta de consentimiento en un acto sexual tiene que condenarse como violación y no como abuso. La aceptación de la mujer, no puede seguir fundamentando una relación sexual "libre" porque eso supone, que la mujer sigue idealizada como sujeto pasivo que debe aceptar la iniciativa que toma siempre el hombre cuando pide lo que él desea. Las relaciones así son asimétricas.
Si continuamos perpetuando la idea de que es el hombre quien decide cuándo se inicia una relación sexual y la mujer la que acepta o no, nuestros deseos, nuestra libido y nuestra posibilidad de echar un polvo va a estar supeditada a que él de el primer paso. A sus deseos.
Hay que descafeinar de romanticismo las relaciones sexuales, porque somete y silencia nuestros verdaderos deseos sexuales. Aunque no lo creas, seguimos atrapadas en los códigos burgueses conservadores de la idea del sexo como amenaza hacia la mujer si no se hace por amor.
Si bien la falta de consentimiento en un acto sexual tiene que condenarse como violación y no como abuso. La aceptación de la mujer, no puede seguir fundamentando una relación sexual "libre" porque eso supone, que la mujer sigue idealizada como sujeto pasivo que debe aceptar la iniciativa que toma siempre el hombre cuando pide lo que él desea. Las relaciones así son asimétricas.
Si continuamos perpetuando la idea de que es el hombre quien decide cuándo se inicia una relación sexual y la mujer la que acepta o no, nuestros deseos, nuestra libido y nuestra posibilidad de echar un polvo va a estar supeditada a que él de el primer paso. A sus deseos.
Hay que descafeinar de romanticismo las relaciones sexuales, porque somete y silencia nuestros verdaderos deseos sexuales. Aunque no lo creas, seguimos atrapadas en los códigos burgueses conservadores de la idea del sexo como amenaza hacia la mujer si no se hace por amor.
Si se llega a entender la libertad sexual como el derecho a ejercer nuestra
sexualidad como nos plazca, entonces el consentimiento es algo
implícito, un pacto que surge de una disposición mutua. De una
iniciativa que parte de dos personas que se encuentran en una misma
realidad: de igual a igual.
Las
mujeres también quieren tomar la iniciativa, apartando el estereotipo
de mujer que espera a la señal del hombre para consentirla o no. Tenemos que empezar a decir lo que nos gusta y lo que no, lo que queremos y cómo lo queremos. En una relación sexual sana y libre, nuestras necesidades también deben ser complacidas.
Queremos
disfrutar del sexo con quién nos plazca, cuándo nos apetezca, a solas o
acompañadas y tantas veces como queramos y todo sin sentirnos
juzgadas y eso se tiene que entender ya. Queremos elegir y tomar la iniciativa. Nos gusta hacerlo. Nos gusta ser unas guarras y que nadie nos señale por ello, que nadie nos ponga en un cotilleo de pueblo. Ni siquiera que nadie nos llame guarras por disfrutar del sexo y de nuestro cuerpo.
Tenemos que normalizar nuestra sexualidad desde el concepto de mujeres empoderadas y liberadas sexualmente. Exigir el orgasmo. No conformarnos. Pedir más.
Por eso, hace falta el cambio de paradigma en las relaciones sexuales. Toca cambiar la idea del sexo consentido por parte de las mujeres al sexo consensuado entre todas las partes, donde la comunicación es proactiva y recíproca y la decisión es libre, entusiasta y reversible.
Tenemos que normalizar nuestra sexualidad desde el concepto de mujeres empoderadas y liberadas sexualmente. Exigir el orgasmo. No conformarnos. Pedir más.
Por eso, hace falta el cambio de paradigma en las relaciones sexuales. Toca cambiar la idea del sexo consentido por parte de las mujeres al sexo consensuado entre todas las partes, donde la comunicación es proactiva y recíproca y la decisión es libre, entusiasta y reversible.
En
esta parte de la Historia, las mujeres no vamos a dejar que el
Feminismo se resuma en varios momentos épicos, ha venido para
quedarse: hagamos la revolución del deseo. Nosotras lo entendemos, ahora tenéis que entenderlo
vosotros. ¿Okey?