Feminizar la política

Puede parecer que en los últimos años, gracias a los grandes cambios socioculturales, el machismo está herido de muerte. Sin embargo, aunque el foco está sobre esta patología, deberíamos guardarnos de lanzar vivas al aire por el falso destierro de la cultura hegemónica patriarcal. Eso si, sin dejar de alegrarnos y sentirnos parte de los avances, que han lanzado el movimiento feminista y sus reivindicaciones al prime time, trayendo un revolcón en las asimiladas percepciones políticas, sociales y económicas de un sistema construido por y para los hombres. Si bien es cierto que parece imposible la vuelta atrás en temas como los permisos de paternidad y maternidad, el alza de la mujer al plano laboral, la conciliación con la vida familiar y privada de las mujeres o la apertura en política del liderazgo femenino, los compromisos por seguir avanzado en la autodeterminación y empoderamiento de la mujer y la feminización de los espacios sociales públicos, sufre de grandes achaques de desigualdad. El machismo no ha desaparecido, solo se ha modernizado.

La feminización de la política está de moda, pero seamos conscientes de que esto no solo significa un maquillaje político cediendo espacio a las mujeres en puestos clave, sino también, debe significar el nacimiento de una nueva forma de hacer política, de lo cual nos queda mucho camino por luchar. Feminizar la política es romper estereotipos ancestrales anclados en la distinción equivocada entre aptitudes masculinas y femeninas, por ejemplo, si los hombres continúan vistos como razonables y estrategas y las mujeres como emotivas, supone por un lado que se le dará más peso a la objetividad masculina y por otro lado, que el machismo convierte en caricaturas obscenas a las personas. Un espejo sátiro que no corresponde con la capacidad política real de nadie.

Posiblemente esta polaridad en las concepciones de los valores propios de un género u otro, nos frenan hacia el avance de este intento de cambio de paradigmas. Y la feminización de la política tiene mucho que decir a este respecto ya que si bien es cierto que las cualidades de cuidado y emoción han sido atribuidos a las mujeres, no debemos cometer el descuido de conceder en exclusividad a los hombres la técnica y la táctica. El cambio en las formas de hacer política pasa por incorporar ambas dimensiones en una única, sin que por eso haya que decir que hay un tipo de política que solo pueden hacer las mujeres, y es que un liderazgo nutrido de colaboración en lugar de competición, de empatía en lugar de estrategia despiadada, no es un liderazgo mejor para las mujeres, es simplemente, un mejor liderazgo.

No se puede en este sentido, reducir el argumento de feminización de los espacios políticos a la incorporación, ahora, de valores tradicionalmente atribuidos a las mujeres, sino que hay además que des-masculinizar la política, añadiendo a los que siempre han coronado esta ciencia aquellos que han estado invisibilizados, como la colaboración, la escucha, el cuidado, la emoción y la compatibilidad laboral con la vida, las amistades o la familia.

Ahora bien, tengamos claro, que el cambio no va a llegar solamente de manos de mujeres sino que también debe venir por los hombres, si destierran la testosterona, la agresividad, la disponibilidad absoluta en detrimento de una vida plena, la exigencia impositiva del más esfuerzo, más trabajo, más sacrificio, para obtener más beneficio, más rentabilidad y más crédito y en definitiva, eliminar las formas que hasta ahora han subyacido en la política y que no han dado resultados positivos aunque, ahora, se aparente dejarnos espacio, sin que trascienda que ese espacio, sigue llevando sus normas.

Feminizar la política es hacer de ella otra cosa, es trabajar en nuestra capacidad de escucha activa de todas las voces, tanto las altas como las voces bajas, evitando que las decisiones se conviertan en el puro decir mecánico de los más experimentados. Aflojar de marcha y cultivar la paciencia son acciones indispensables para feminizar, se trata pues de acomodar espacios desde el respeto y con las ganas de avanzar, juntos y juntas. Feminizar es crear una política donde lo deseable y beneficioso, es pedir ayuda y tener dudas.
Feminizar es romper con la idea de que en política, lo personal y la emoción no tienen cabida, cuando precisamente el discurso sentimental de nuevos partidos políticos, son lo que nos ha embriagado de esperanza y sacudido las encorsetadas líneas discursivas puramente objetivas y agresivas.


Ha habido grandes avances en el escenario político estatal, la visibilización de la mujer en terreno público ha devuelto la vista y el oído a la ciencia política, dando peso y entidad a los problemas, necesidades y exigencias de una parte de la sociedad tradicionalmente invisible, pero en la práctica, el cambio no es tan espléndido como parece, la política sigue siendo masculina y solitaria. Si las mujeres no logramos introducir los valores que feminicen las formas de hacer, el cambio será estéril y efímero, no debemos conformarnos con tener visibilidad porque feminizar no es maquillar sino democratizar.